Escribe Saúl Posada / 28.Diciembre.2018.
Como se sabe, después de la sentencia de muerte, no han ninguna pena mayor que la pérdida de la libertad.
Por ello, los pueblos conscientes de su dimensión espiritual, física y económica, tratan de protegerla con todos los instrumentos que proporciona el marco democrático.
Por razones de Perogrullo, el concepto de libertad puede variar en matices secundarios o accesorios conforma al cristal con que se mire, pero la mayoritaria coincidencia arriba a buen puerto, cuando se trata de evaluar sus aspectos fundamentales, es decir, allí se encuentran democráticamente los derechos, los deberes, las obligaciones, y las garantías constitucionales que le son inherentes.
Se ha dicho que es más difícil conservar la libertad que conquistarla -afirmación que tiene el apoyo de la historia-, en virtud de que la gente se une espontáneamente para derribar las estructuras totalitarias con prescindencia de su signo, pero logrado el objetivo, encuentra dificultades para preservar los privilegios o bondades que representa la actividad libre del individuo, dentro de un auténtico Estado de Derecho.
Como es obvio, los problemas derivados de la transición dictadura-democracia, tiene altos costos en naciones en desarrollo o calificadas del "tercer mundo", porque la demagogia de los gobiernos de fuerza, explotan el precario o nulo nivel de conocimiento políticos de importantes franjas de la sociedad.
La desinformación, la noticia manipulada, la ignorancia o simplemente congénitas convicciones autoritarias, facilitan el desprecio por las libertades públicas -las que según conocidas consignas- pueden ser pisoteadas en nombre de la Patria, del orden público o de los valores morales de la Nación.
De esta manera, muchas veces el sacrificio por restablecer y mantener el modelo republicano se desmorona, porque falta grandeza y responsabilidad de quienes deben cuidar los logros de una doctrina -hasta ahora no superada- que no reconoce otra autoridad que la emanada de la soberanía popular a través de mandatos periódicos.
Partiendo del doloroso principio de que quien nada sabe nada puede, los regímenes totalitarios tratan de ponerle mojones a la expansión educativa y al pluralismo informativo y contestatario, pues el analfabetismo o el desconocimiento de los asuntos públicos, estimula el caudillismo que se afianza en la incultura de las masas.
Por consiguiente en este clima de opresión intelectual, se fanatiza el pensamiento de las grandes mayorías, paralizando las facultades de evaluación crítica, ya que la verdad oficial en totalitarismos de todos los signos, no puede ser analizada ni controvertida.
Desde el momento que es más fácil formar al niño que reformar al hombre, resulta aconsejable desarrollar en el primero, legítimas enseñanzas en torno al postulado de libertad en sus clásicas dimensiones.
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