Saúl Posada / 04.Mayo.2018.
Uno de los temas que más apasiona a la sociedad, es el vinculado a la libertad de pensamiento. Variadas son las formas de mutilarla y múltiples los métodos para lograr su desnaturalización.
No existe, por razones históricas, filosóficas, ideológicas y especialmente de oportunidad, un concepto uniforme sobre su regulación, para que ella exista sin cortapisas y sin lesionar otros principios, que el Estado tiene también la obligación de tutelar.
Es obvio que deben instrumentarse los resortes jurídicos para evitar los excesos, porque la libertad de hablar no puede transformarse en un recurso de destrucción de bienes públicos o valores personales, lo que ocurriría si se permitiese a la calumnia, difamación e insulto gratuito, transitar impunemente.
Pero es indudable que estas pautas legales, no pueden constituirse para crear la mordaza real o simulada, que haga de la razón una virtud exclusiva del gobierno o de quienes, por sus condiciones económicas o políticas, dominan o tienen mejor acceso a los medios de comunicación.
De manera que de nada sirve que la Constitución de un país, proclame la libertad de expresarse libremente y sin censura previa, si el Estado no garantiza los derechos de que la gente hable en parecidos niveles.
Con ello pretendemos decir, que la prensa, en todas sus manifestaciones, no debe ser monopolizada por nadie, comenzando por el propio Estado, que puede y debe decir sus verdades, sin negar que por iguales conductos y en idéntica intensidad, la oposición o las minorías digan las suyas.
Todos los temas que importan a una Nación, y que se proyectan en la vida de un pueblo, marcando su destino histórico, deben ser discutidos y analizados en el campo más amplio de tal forma que los diferentes argumentos invocados, lleguen a conocimiento de los titulares de la soberanía sin tergiversaciones y demás vicios que deforman, desnaturalizan o fisuran la verdad.
Una comunidad desinformada o mal informada, porque los medios de expresión se canalizan para servir determinados intereses o círculos, queda a merced de los demagogos, de los incompetentes y de los aventureros.
Por eso la democracia se dignifica y se fortalece, cuando el derecho de crítica no sufre vulneraciones y la tolerancia se transforma en la base reguladora de ideologías opuestas.
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