Los valores deben cultivarse.

Escribe Saúl Posada / 15.Febrero.2019.

Desde la primera Constitución que data de 1830, la voluntad de nuestro constituyente, estuvo dirigida en lograr la rehabilitación del delincuente, a efectos de que obtenida la libertad, se constituya en un ciudadano honesto, responsable de los deberes, que se derivan de la convivencia con sus semejantes.

Comporta destacar, que ese objetivo que postula la recuperación del transgresor, se ha alcanzado en franjas relevantes de la sociedad, lo que demuestra el acierto de la política promovida por nuestra primera Carta Magna.

No obstante ello, nuestro país como acontece con otras naciones del planeta, constata el crecimiento delictivo con diferentes modalidades, colocando el tema de la seguridad pública, como altamente preocupante, por sus perversas dimensiones criminales. De manera que la tarea de combatirla es sumamente compleja, en virtud de que los métodos de quebrantar el marco penal, se han modernizado.

Sin perjuicio de la tenebrosa delincuencia de "guante blanco" -la que por razones obvias está sometida a otras estrategias de lucha- ha de admitirse que la pobreza económica y cultural provenientes de zonas críticas, comportan situaciones inequívocamente adversas.

Y ello, porque es de conocimiento público, que esos niños criados en la miseria, no vacilan en abandonar los centros de estudios, optando por vivir en la calle, con los vicios y peligros que le son inherentes.

El incremento del clima de desestabilización social, moral y jurídico, que colectivamente sufre la humanidad, no se va a detener potenciando el régimen represivo,si esa alternativa no va acompañada de una orientación altruista, para encarar la vida. En este ámbito no ha de olvidarse, el sabio adagio que determina, que es más fácil formar al niño que reformar al hombre.

Se comprende, que en las sociedades con profundas desigualdades como sucede -a vía de ejemplo- en América Latina, numerosas familias se desintegran estructuralmente, por la ausencia de una formación adecuada, dejando un saldo negativo, en la que luego el delito cumple su deplorable papel.

De ello se deduce la necesidad de que, los responsables de conducir los asuntos que atañen a todos, deben explorar nuevas experiencias, para que el cultivo de valores éticos, contribuyan a detener el crecimiento de la delincuencia, primordialmente la integrada por niños y adolescentes.

Unos y otros, deben recibir una educación, en la que se ponga el acento de que ella es un elemento de desarrollo. Y para ello, todos los medios masivos de comunicación, deben contar con programas que eleven los niveles culturales del pueblo, en la que el trabajo, la honradez, y demás virtudes, jerarquicen sus respectivas personalidades.